Colecho sí o colecho no

Una de las principales preguntas que todo mi entorno me hizo mientras estaba embarazada, era si una vez que mi bebé naciera lo iba a poner en la cama conmigo y con mi novio o no. Lo cierto es que nunca se me pasó por la cabeza ponerlo en la cama, primero porque lo imaginaba muy pequeñito y frágil (y en mi imaginación pensaba que lo íbamos a aplastar tanto el papá como yo) y por otro lado porque me imaginaba que también sería incómodo para nosotros, los adultos, tener que dormir con semejante presión en la cabeza. 

Lo cierto es que al nacer fue directo al moisés que tenía al lado de mi cama. Cada vez que lloraba (cosa que hacía cada 20 minutos), me tomaba el trabajo de levantarme e irme al comedor a darle la teta/ mamadera y acunarlo hasta que se quedara dormido. La verdad es que no tenía ganas de hacerlo, recuerdo que el cuerpo me dolía y pesaba por el puerperio y la falta de sueño muchas veces me hacía tambalear las piernas. Aún así jamás lo puse en mi cama. 

Al mes de nacido nos dimos cuenta que entre que el nene tenía el sueño liviano y nosotros roncábamos, nos despertábamos mutuamente. Él cuando se movía me hacía saltar de la cama y nosotros, papá y mamá cuando roncábamos lo despertábamos a él. Así que al mes tomamos la decisión de mandarlo a dormir a su cuna funcional en su cuarto. Como sabemos que no es lo aconsejable, los pediatras recomiendan que esto se haga a partir del 6to mes de vida para disminuir el riesgo de muerte súbida, dejábamos la puerta abierta de nuestra habitación y la de él (que estaban pegadas) por si emitía algún ruido y teníamos que salir en su auxilio.

Debo admitir que siempre tuve miedo hasta el año de que sufriera de muerte súbita,  pero lo pasé a su cuarto porque “sentí” que era lo mejor para los 3. Hoy no me arrepiento, aprendió a dormir solito y pude lograr algo de descanso reparador por la noche para tener más energía durante el día, dedicarle tiempo y entusiasmo a la tarea de maternar. 

Y vos, ¿hiciste colecho o no?, contame tu experiencia. 

P.D.: ante cualquier duda respecto al colecho no dudes en consultar con tu pediatra que es quien mejor te puede asesorar al respecto. 

No tengo derecho a enfermarme

Bueno, como tener derecho lo tengo, pero el tema es que desde que fuí mamá, mi hijo no me da tiempo ni espacio para poder transitar una enfermedad como Dios manda, lo cual me resulta altamente frustrante y agotador. 

Recuerdo que antes de ser mamá, una vez al año por lo menos me agarraba una gripe fuerte que implicaba no trabajar por varios días, quedarme en cama, tomar bastante medicación, dormir y sobre todo hacer casi nada. En los momentos en que me aburría de dormir podía tirarme en el sillón a ver una película, una serie o simplemente estar con el celular. Mi pareja hacía de comer o yo pedía delivery y santo remedio, unos días después como por arte de magia estaba curada!. 

Sin embargo, todo eso cambió con la llegada de mi bebé. El primer embate lo sufrí con el parto per se, estaba con el cuerpo roto pero las demandas de mi hijo no me daban lugar a descansar y recuperarme. Posteriormente, en todas las oportunidades en que me he enfermado, tampoco ha habido lugar para descansar porque Dr. Pipino aún no sabe cómo acompañar una enfermedad; por lo tanto al percibir que mamá está mal, lejos de alejarse se me pega más como un abrojo, lo cual implica que no me deja hacer nada más que estar con él.

Estimo que desde la cuna (así como yo me pongo mal cuando lo percibo o veo mal), él debe darse cuenta que algo me pasa y por eso quiere estar conmigo. Lo primero que le cambia es el carácter, esos días en que yo no me siento bien, él está más berrinchudo y caprichoso por todo, lo cual en combinación con mi indisposición física y mental, no da buenos resultados. Sin embargo, siendo psicóloga, entiendo que es su manera de empatizar conmigo, de canalizar el malestar que le genera que yo esté así y trato de contenerme para no explotar por los aires (aunque a veces ganas no me falten). 

Lo otro es que quiere estar todo el día a upa, pero no es una upa tranquila y acogedora sino que empieza a revolcarse encima mio (estimo que buscando la posición adecuada) y suele golpearme diferentes partes del cuerpo como ser: pechos, estómago, pelvis, etc. En resumen, no es una agradable experiencia para mi y termino sacándomelo de encima, lo cual genera un nuevo malestar y berrinche. Ni hablar de cuando tomaba la teta y me veía mal, era un dispenser de leche 24hs., no quería largarla por nada del mundo y yo me sentía fatal.

Y en última instancia, como él se siente bien, pretende que le siga el ritmo con sus juegos habituales, que en su mayoría requieren mucho esfuerzo y desgaste físico para mi, lo cual es imposible y con ello viene aparejada una nueva frustración que manejar. En esos días debo admitir que lo primero que trato de hacer es hablarle y explicarle lo que siento. Desde que era bebé lo hice con el objetivo de que algo de todo lo que me pasa pueda comprenderlo a nivel verbal y lo calme. También cuando entiendo que ya no puedo manejar la situación, suelo derivárselo al padre para que lo cuide y por último hago uso y abuso de dispositivos móviles; aunque esta última estrategia es la que menos me gusta porque cuando se pasa mi enfermedad y se los quito, tiene muchos estallidos conductuales que me hacen recordar porque cuando estoy bien no suelo dejarlo al frente de pantallas. 

En conclusión dormir y descansar se volvieron bienes preciados en mi vida a partir de que tuve a mi bebé. Es que la mayoría de las veces lo antepongo a mi propio bienestar, no porque sea la mejor madre del mundo, sino porque por su nivel de crecimiento todavía necesita que esté a su lado para cocinarle, bañarlo y acompañarlo diariamente. Desde el momento en que fui mamá, el dolor y la enfermedad se llevan activamente, haciendo cosas, por más que mi alma y mi cuerpo estén pidiendo retiro voluntario. 

Así cuando la situación se pone muy muy oscura siempre recuerdo mi frase estrella: “el no pidió venir al mundo”, respiro hondo, entiendo que esto es un momento pasajero de mi vida que no durará por siempre y trato de concentrarme en su sonrisa, sabiendo que todo el esfuerzo vale la pena. 

Y vos, ¿podés descansar cuando te enfermás?

Esta web utiliza cookies propias para su correcto funcionamiento. Al hacer clic en el botón Aceptar, aceptas el uso de estas tecnologías y el procesamiento de sus datos para estos propósitos.   
Privacidad