Ir a la plaza y pasarla bien
La plaza en sí misma, es ese lugar mágico que más de una vez previno que yo explotara en mil pedazos, ya que me permitió sacar a mi hijo al aire libre y darle una vuelta en su carrito hasta que se cansara o quedara dormido, mientras yo respiraba y oxigenaba mis ideas.
Sin embargo, la cuestión de los juegos en el parque fue otra cosa aún mejor. Primero y principal cuando mi bebé ya se podía sentar, los juegos estaban cerrados por el coronavirus (cruzo los dedos para que cuando leas esto ni sepas de qué estoy hablando), así que las salidas a la plaza hasta los 9 meses fueron: pasear en cochechito, dar vueltas y a lo sumo bajar al pasto descalzo, porque por esa época odiaba las zapatillas. Los primeros amiguitos se los hizo así, en el pasto, intercambiando una pelota por un muñequito, un autito por un ladrillito, etc.
Finalmente el día que abrieron los juegos, amén de que las madres y padres estábamos más desesperados que los pequeños porque pudieran subirse, recuerdo que fue hermoso y me emocioné mucho de verlo allí. Al primer juego al que se subió fue a la hamaca y la amó, se podía quedar horas y horas sentado allí dado que tenía el doble efecto de entretenerlo e hipnotizarlo, quedando muchas veces al borde de dormirse. También lo subí al tobogán, al sube y baja, la calesita y al caballito. ¡Le gustaba todo!, alguno debo reconocer que le resultaba más placentero que otro, o le daban más o menos miedo, pero de todas maneras yo siempre estaba ahí para incentivarlo a que se animara, o para bajarlo si no se atrevía. Ya entrando en el tercer trimestre de vida, si bien no caminaba solo, podía agarrarse de mi e ir juntos de un juego a otro, lo cual le fascinaba.
De las expediciones a la plaza aprendí a llevar SIEMPRE protector solar y embadurnarlo, muuuuuuuuucha agua, a vestirlo con ropa vieja y tener a mano una muda de ropa (porque siempre está la posibilidad de que se ensucie mucho jugando) y el cambiador con pañales porque de vez en cuando aparece una “caca interrumpe juegos” que hay que remover para continuar con la diversión.
Es así que los jueguitos se convirtieron en el primer lugar donde mi bebé pudo jugar en un espacio abierto pero con límites y sobre todo comenzar a socializar con pares y hacerse amiguitos de su edad. Esto no implicó para mí más descanso sino todo lo contrario, porque con un niño tan chiquito todavía me era necesario estarle encima para acompañarlo y evitar accidentes; pero sí al menos dejé de dar vuelta con la carriola por toda la plaza como una desquiciada sin rumbo y el logró más actividad física y social.
Entretenimiento para ambos, juegos, aventuras y amiguitos. La plaza, así como fue importante para mi en mi infancia, ahora es importante para mi hijo y me encanta poder transmitirle ese legado, de que no hace falta ser millonarios para poder divertirse y ser felices sino que con una buena hamaquita y amigos, alcanza y sobra.
¿Y vos qué experiencia tenés con la plaza de juegos?