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¿Y la pareja dónde quedó?

Creo que es una buena pregunta. Recuerdo que antes de quedar embarazada y tener a nuestro hijo, todas las decisiones eran más rápidas y expeditivas. Cuando estábamos bien determinábamos que hacer el fin de semana, a donde ir a cenar o pasear, etc., cuando estábamos mal también era más fácil, alguno de los dos se aislaba o simplemente se iba a dar una vuelta. Sin embargo, todo eso cambió con la llegada de nuestro bebé.

Una vez leí una estadística hace un tiempo que decía que el grado de satisfacción de la pareja puede llegar a descender hasta 70% con la llegada del primer hijo o hija en común, wooooooooooooooooooow, aunque en mi caso siento que descendió mil porciento. Claramente esto lo leí después de haber tenido a nuestro bebé, de lo contrario siento que hubiese llegado mejor preparada psicológicamente a ese momento y hubiese tomado otras medidas. Lo cierto es que tras nacer nuestro hijo, la falta de sueño, las hormonas alborotadas, el cansancio, etc., me hicieron sentir como que estábamos en dos frecuencias de la vida completamente diferente; yo tenía ganas de dormir más que nada, mientras él seguía la vida como antes de haber tenido al bebé, o al menos lo intentaba. 

Lloré muuuucho, más que nada los primeros 2 meses; me acuerdo que sentía que la maternidad no era lo que me “habían vendido”, que era muy agotador y que no iba a poder. Más de una vez me vi encerrada en mi cuarto llorando con mi bebé al lado y sintiendo unas ganas irrefrenables de irnos y dejar a su papá para siempre. Este malestar, creo firmemente hasta el día de hoy, que repercutió en que la calidad de mi leche fuera pobre y que tuviera que complementar el pecho con leche de fórmula. 

Todo esto me llevó a sentir que la maternidad era injusta, porque implicaba poner el cuerpo de una manera que por más que el acompañase y tirase para el mismo lado, no iba a poder llegar a comprender jamás: las tetitas agrietadas, la mastitis, el dolor posparto de la episiotomía, las hemorroides, la incontinencia urinaria, el cansancio general del cuerpo que solo pedía reposo y descanso. Desde este punto de vista la maternidad y la paternidad NO son equiparables y mi sensación es que sí requiere de mucha más entrega física y mental de parte de mamá los primeros tiempos. Se que para él tampoco fue fácil, su participación al inicio fue más que nada de soporte mío, hacerme relevo cuando me fallaban las piernas o quería dormir, darle de comer, cambiarlo, etc. El bebé sin embargo se calmaba mayormente conmigo, cuando reconocía mi voz, mi olor, mi cuerpo, lo cual no jugaba a favor para equiparar cargas. 

¿Cómo lo superamos?, no se si lo superamos a decir verdad, la pareja en nuestro caso no volvió a ser la misma, lo cual no significa que sea ni bueno ni malo, solamente es diferente. Hicimos nuevos acuerdos, encontramos nuevas formas de funcionamiento y aprendimos a convivir siendo 3. Muchas veces, aún hoy que el nene ya tiene cierta autonomía, la pareja sigue quedando rezagada, las actividades son en familia: comer, pasear, vacaciones, mirar una peli, abrazarnos, etc. Hoy decidimos poner en primer plano a Dr. Pipino, aunque debo admitir que con el correr de los años tendemos cada uno a reencontrarnos con actividades que nos gustan o nos dan placer, por ejemplo: ir a la pelu, tocar la guitarra, estudiar, etc. Ahora estamos en proceso de hacernos el tiempo y priorizar alguna actividad nueva en común o retomar alguna de las que solíamos hacer en pareja antes de tener al bebé.

Y en tu caso, ¿en qué lugar quedó la pareja luego de tener a tu hijo o hija?

Hacer tribu

Al nacer mi bebé mi cuerpo y mi mente estaban rotos, tenía un cuerpo que no me respondía como quería y unos arranques a nivel anímico que no se los deseo ni a mi peor enemiga. No se si será por la falta de sueño, el dolor del cuerpo y/o por las hormonas alborotadas, lo cierto es que las primeras semanas de vida de mi bebé (y hasta los 3 meses) fueron las más difíciles de sobrellevar para mí. 

En esa montaña rusa emocional, muchas veces me preguntaba si lo que hacía o lo que pensaba era normal o no y lo peor de todo es que por mí misma no llegaba a ninguna conclusión. Sin embargo, tuve la fortuna de tener a una de mis mejores amigas embarazada al mismo tiempo que yo y habiendo parido nuestros bebés con 4 días de diferencia. Con ella hicimos tribu, esto es, nos llamábamos, mensajeábamos o juntábamos a charlar la diferencia entre la maternidad idealizada y la maternidad real; charlabamos acerca de los dolores corporales; de estrategias para dar la tetita sin sentir que nos estaban sacando un pedazo del cuerpo con cada succión; de las reacciones, muchas veces erráticas, que teníamos con nuestra pareja en el puerperio, etc. Hablamos de TODO. 

Cuando una se caía emocionalmente, la otra estaba ahí para sostener y hacer saber que era normal el cansancio, la frustración, las emociones fluctuantes y las reacciones ante el nuevo rol de interponer otra vida y otras necesidades muchas veces a las propias. Nuestro repertorio incluía desde ir a la plaza con los bebés, ir a tomar un café con los niños, mandarnos mensajes a las 3 de la mañana mientras estábamos dando la teta y queríamos dormir, etc. Principalmente ESTAR. Y así lo fuimos llevando, dementes, desarmadas, deconstruidas, nos fuimos configurando y fortaleciendo mutuamente en la tarea de maternar, con una mirada amorosa, sin juzgar y más que nada haciéndonos compañía.

Es que cuando una se abre a que también hay una lado B de la maternidad, el camino parece ser menos cuesta arriba. Comencé a sentir que no era el único ser humano que estaba pasando por esas situaciones y que de vez en cuando tenía ganas de explotar. Hoy puedo decir que haber elegido hacer tribu fue una de las decisiones más acertadas que tomé en el camino de maternar y que lo volvería a hacer una y mil veces.

¿Y vos hacés o hiciste tribu? contanos tu experiencia.

Mis papás no me pelaron

Antes de nacer Dr. Pipino, con su papá nos pusimos a pensar si lo íbamos a pelar o no, dando por supuesto de que iba a nacer con pelo. Lo cierto es que para mi siempre había sido un hecho, al estilo de el bebé nace y automáticamente se lo pela, es lo normal. Pero el papá me preguntó ¿Cuál es el motivo “científico” por el cual querés pelar al bebé? y la verdad no supe qué responderle.

A partir de ahí se me generaron una serie de conflictos y pros y contras pero básicamente a la conclusión a la que llegué fue que, en líneas generales el motivo por el cual se pelaría a los bebés es para que el pelo le crezca más fuerte; pero de todos los lugares que ví e investigué no llegué a tener evidencia científica concreta que apoyara esta hipótesis. Además pensándolo lógicamente el pelo sirve como aislante térmico en los animales (seres humanos incluidos) y Dr. Pipino nació en invierno, por lo que a la mala regulación que los bebés tienen naturalmente los primeros tiempos de vida, le iba a agregar otro problema dejándole la cabecita sin pelitos.

Por lo tanto, lo que en un principio me parecía un hecho, rápidamente se convirtió en algo prescindible. Finalmente Dr. Pipino nació con una hermosa cabellera rubia platinada y al otro día de nacido pasó la enfermera preguntando si lo queríamos rapar, a lo cual contestamos negativamente. Fue muy sorprendente ver como se le transformó la cara a la señora como si hubiera visto al mismo diablo. Pero en fin, mi hijo, mis reglas… cosa que fui aprendiendo con el tiempo.

Dos meses después de nacido, un día estábamos bañando al bebé y se le comenzó a desprender el cabello solo!, literalmente no sabía qué pensar, si era normal o no. Automáticamente llamé a la pediatra de Dr. Pipino horrorizada, preguntándole si era normal lo que le había pasado, a lo cual me contestó que: “no era normal, pero si esperable” (sigo al día de hoy sin entender esta frase, pero el tema pediatra es otro capítulo aparte) y finalizó diciéndome que me quedara tranquila. Sumado a esto después me enteré que la caída de cabello espontánea le pasa a muchos bebés en los primeros meses de vida y luego el pelito le vuelve a crecer.

En conclusión, derribé un mito social que era casi un hecho impensable para mí, le evité al bebé el tener la cabecita desprotegida, me ahorré plata en un corte de pelo sin sentido, la naturaleza igualmente terminó haciendo su trabajo y sobre todo hoy tiene una hermosa cabellera muy fuerte!.

¿Y vos qué hiciste con el pelito de tu bebé recién nacido?

Conversando a todas horas

Si alguien me preguntara cuando mi hijo comenzó a hablar, no sabría muy bien qué decirle. Si bien es cierto que desde el mes 10 de vida arrancó a decir algunas palabras sueltas como “papá”, no fue sino hasta después de cumplir los dos años que podría decir que comenzó a tener lenguaje. 

Orientada por la pediatra, quien nos informó que para modular y posteriormente hablar, los niños y niñas necesitan dientes, moderamos el nivel de impaciencia y expectativas de que se “largara hablar” al año, o sea, entendimos que iba a dar para largo. ¿Qué pasó entonces entre el mes diez y los dos años?, básicamente todo era un monólogo de mi parte: le relataba todo lo que hacía cuando no estábamos juntos, le contaba todo lo que estábamos haciendo cuando interactuábamos e incluso inventaba diálogos en los cuales generaba una conversación entre los dos interpretando que me querría decir si pudiera hablar en base a sus caras y gestos. Estimulación de lenguaje 100%, secundado por la niñera quien utilizaba los mismos mecanismos que mamá tetita. 

Seguimos practicando y nunca le hablé (ni permití que nadie le hablara) como bebé, tenía la teoría de que esto dificultaría más la adquisición del lenguaje, porque pensaba que primero aprendería a balbucear como bebé y después iba a tener que volver a aprender a hablar como lo hacemos los adultos. El resultado fue que los primeros meses en que comenzó a decir palabras, eran todas sílabas duplicadas, al estilo de: teté, pepé, tutú etc. Muchas veces una bisílaba significaba más de una palabra a la vez y dependía de nosotros, los adultos decodificar que quería decir. 

Con el correr del tiempo, más o menos al año y medio, las palabras de dos sílabas repetidas se fueron independizando y transformando en palabras reales tales como: agua, auto, etc. También aparecieron algunas pocas palabras de tres sílabas y unos artículos, con lo cual comenzaron a darse algunas oraciones cortas. Siempre estuvimos muy alerta y prestando atención a lo que estaba intentando decirnos para lograr decodificar su mensaje, porque solía inventar palabras. Recuerdo una vez que durante dos meses me repitió: “cucuía” hasta que descubrí que me estaba tratando de decir “con cuidado”; cuando se lo mencioné se emocionó mucho de que yo descubriera que era lo que me estaba queriendo transmitir. Y así cada pequeño logro en pos de la adquisición del lenguaje lo festejabamos y aplaudíamos como otro modo de incentivarlo; esto le encantaba!.

Cuando cumplió 2 años puedo decir que se produjo un boom! comenzó a utilizar más palabras, de más sílabas, a hilar oraciones medianas y ahí ya nadie lo paró!. Los llantos disminuyeron en la medida en que iba hablando más, porque ahora podía expresar sus necesidades, sus miedos, sus deseos y ser entendido. Hoy puedo decir que él ama hablar y yo amo hablar con él. De este modo diariamente tenemos diálogos eternos mediante los cuales profundizamos más nuestro vínculo como madre e hijo. 

P.D.: de dispositivos móviles poco y nada, media hora por día a lo sumo y creo que este límite lo forzó a tener que pedir cosas en la vida real mediante palabras y a que hablara más rápido.

¿Y ustedes de qué hablan a todas horas?

Yo también tuve un aborto

Creo que este es uno de los temas más sensibles de los que puedo llegar a hablar en este blog. Seis meses antes de quedar embarazada de mi hijo tuve un aborto y fue una de las experiencias más dolorosas de mi vida. 

Un hijo o hija puede ser deseado y/o buscado o no, pero lo cierto es que cuando se materializa, independientemente de cómo haya sido el método de búsqueda… ya está ahí. En mi caso me enteré por los síntomas que tenía: irrefrenable deseo de consumir pasas de uva (que en condiciones normales odio), ganas de vomitar, letargo por la mañana y  sensibilidad a los olores. Esto me llevó a hacerme un test de embarazo de los que se venden en la farmacia, que terminó dando positivo. Se me vinieron todos los miedos e inseguridades encima, dado que en mi caso no lo habíamos buscado. 

Más o menos tres días después comencé una tardecita con dolores como si fueran de ovarios y menstruales y levanté temperatura, cuando fuimos a la clínica me hicieron una ecografía y determinaron que tenía un saco gestacional pero sin embrión. Nadie supo decirme qué pasó, si alguna vez tuve feto y lo expulsé o si nunca existió. Volví a casa con el corazón roto, había perdido un bebé que ni siquiera había buscado y nada peor que perder algo que una ya cree suyo. 

La situación pasó y 15 días después comenzaron de nuevo los dolores de ovarios, esta vez la sensación era como si fuera de contracciones, luego de estar como media hora en el baño con un dolor insoportable expulsé el saco. Tras una nueva ecografía determinaron que mi útero estaba “limpio” y ese fue el fin de la historia. Durante varios meses anduve en piloto automático, iba a trabajar y volvía a casa a dormir, no quería saber nada con nadie. No salía, no comía, no me concentraba, no hablaba con nadie, ni siquiera con mi pareja. Nadie llegó a saber que había estado embarazada porque entre que me enteré de que lo estaba y de que ya no, pasó muy poco tiempo y a decir verdad tampoco tenía ganas de compartirlo. Tardé más de 1 ½ en poder llorarlo, nada tenía sentido. 

Pensaba en la diferencia entre mi novio y yo, si bien los dos habíamos “perdido un bebé” era una pérdida distinta, es que los abortos, sean espontáneos o inducidos, a las mujeres nos pasan por el cuerpo, el dolor, las sensaciones, el miedo, cosas que un hombre jamás llegará a entender. Hablando con otras mujeres (bastante tiempo después) me enteré que muchas hemos tenido algún tipo de aborto a lo largo de nuestras vidas, es más común de lo que me imaginaba y cada una lo vivenció de una manera diferente. Sin embargo todas, absolutamente todas me relataron esa sensación corporal de dolor y pena respecto al aborto. A partir de esa experiencia aprendí a conectarme con las mujeres desde otro lado, sin juzgar a nadie por nada, el aborto de por si ya es doloroso como para que una le tenga que sumar una opinión al respecto. A veces se trata de abrazar, a veces solo de acompañar en el silencio a las hermanas que pasaron por alguna situación similar a la mía. 

Volviendo a mi bebé, no lo llegué a sentir, pero si sentí los síntomas asociados a su presencia/ ausencia y puedo afirmar que fueron muuy dolorosos, a nivel físico y mental. Me quedarán por siempre preguntas sin resolver: de que hubiera sido, si nena o nene, como le habría puesto, como habría sido físicamente, cuando habría nacido, qué carácter hubiese tenido, etc. Eso al día de hoy aún me parte el alma.

4 meses después volvimos a la ginecóloga quien tras realizar todos los estudios de rutina y determinar que estaba todo bien, me dio ácido fólico y comenzamos con la búsqueda. Seis meses después del aborto volví a quedar embarazada y estaba vez tuve a mi actual bebé. Siempre me caractericé en la búsqueda de sentido en el sin sentido del aborto, hoy creo haberme convencido a mi misma que ese primer bebé no estaba en los planes de nacer y que si ese embarazo hubiese progresado hoy no tendría a mi actual hijo el cual amo con toda mi alma. 

Así cuando la gente me pregunta cuántos hijos tengo digo que uno, pero aclaro que tuve 2 embarazos y conforme mi hijo crezca le explicaré también que antes de él hubo otro bebé que no nació. Creo firmemente (y espero) que algún día cuando mi alma deje mi cuerpo, ese bebé y yo nos encontremos en el más allá para darle ese abrazo que en este plano no le pude dar. 

Si pasaste por alguna situación similar a la mía NO ESTÁS SOLA, nos tenemos. Te abrazo con el alma.

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